No me
quiero poner modo hierbas filosófica, pero es cierto que siempre, cuando
llega un cambio, hay un inicio y un final. En este caso, el inicio está claro:
nuevo trabajo, nuevo país, nueva casa, nuevo compañero de piso, nuevo clima (oh cielos, de verdad no va a parar de llover?)… Y el final, pues en estos días
de despedidas poco a poco una se va dando cuenta de lo que deja atrás.
Por un
lado, toca despedirse de la terracita de castillo de Arévalo, con sus puestas
de sol y sus grandes ratos de batidos/bocadillos
en la terraza. Con el piso también dejo a mis compis (en realidad a la Rouse, que la Ux se viene de aventura a UK!), con las que he compartido más que
un hogar (siestas de Mujombres, telediarios con Hilario, ratos de escalera
esperando al aire acondicionado, visitas al Hermanos
y al Paricoche, baños en la piscina a
las 2 de la mañana, conversaciones nocturnas, “mañana-a-las-7-voy-al-gym-fijo”,
despertares con campanadas/cacerolas,…).
En el
tema familia, no me despido de nadie porque eso se queda pá siempre. Eso sí,
echaré de menos todas las #KedadasFuentes madrileñas que me salte, con sus pelos
mojados, sombras y adjuntos varios.
También
dejo aquí a Mile y sus conciertos. Dice que me ha enseñado casi todos los
sitios guays de Madrid que conozco (casa
Toni, heladería al peso, el vinos…),
y puede que esté en lo cierto, pero no se lo digáis. Por cierto, en este caso no
hay problema, porque antes de irme me he asegurado de que se compre un piso
chulo con varias habitaciones para tener dónde quedarme cuando vuelva a la capital. De hecho, en la foto nos tenéis
haciendo un poquito de mudanza. Esto es, peleándonos con el ascensor (primero-fue-el-ascensor-y-luego-el-coche) para que no se cierre mientras bajamos una silla de oficina.
Del
trabajo en sí no me despido, pero sí de unos grandes compañeros amigos
que me han enseñado más de lo que yo les he dado. Aquí se quedan los pinchos de los viernes (ver-fotos-de-los-mega-regalos-que-me-han-dado-y-que-pienso-poner-en-mi-nueva-casa-nada-más-llegar) y buenos momentos rodeados de
angry birds, chocolates de máquina, horóscopos matutinos, cobras, graduados de
primer y segundo año, juegos de pistas en los días de cumple, robos varios y en
general el buen rollito que hace los que los lunes por la mañana no te
desagrade del todo el ir a la oficina.
Y de
Madrid en sí, echaré de menos algunos lugares míticos como el Alfonso (Vinos, en calle Sagasta nº 2). Un muy recomendable y auténtico
bar-de-viejos castizo con el mejor
vermut casero que he probado nunca
(dato-relevante-teniendo-en-cuenta-que-no-me-gusta-el-vermut) preparado por el crack Alfonso (el del medio en la foto). [Por cierto, tengo que comentar que si mi aventura en
la empresa privada falla, siempre tendré la opción de hacerme emprendedora y continuar
el negocio y la tradición de Alfonso (con el que ya he entrado en negociaciones
sobre el tema alguna noche)]
Bueno,
éste es sólo un resumen de las cosas de las que tendré morriña cuando esté en britishlandia, pero lo cierto es que las
añado al saco de buenos recuerdos y mejores momentos que ya me traje en su día
cuando me mudé a la capital. Por cierto, que quiero aprovechar para comentar que
mi objetivo es volver en dos/tres años a España, para así cerrar este blog
empezar un nuevo ciclo (lo sé,
probablemente en 2/3 años me ría de esto). El caso es que con esto en mente, cambio el
sabor triste de las despedidas por ilusión, porque (con permiso del maestro Sabina) en
este caso al punto final de los finales, (sí)
le siguen dos puntos suspensivos.
1 comentarios:
¿Tas parao a pensar que esta entrada también puede escribirse en pasiva? Anda, lárgate ya y no des la vara.
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